No debe sorprendernos entonces que, por no conocernos a fondo, nuestra propia libertad quede afectada. Lo expresaba un pensamiento de Jean- Paul Desbiens: "Nuestra libertad depende del grado de nuestro conocimiento; y es la calidad del conocimiento que poseemos lo que determina el grado de nuestra libertad".
Y ni hablemos de la relación entre el propio conocimiento la capacidad de amar a los demás. Tiene razón Leo Buscaglia al escribir:
"Para poder amar a otros es necesario amarse a sí mismo. Amarse a sí mismo significa un genuino interés, calidez y respeto por uno mismo.
Existe un potencial dentro de ti esperando ser realizado. Hay mucho más de ti de lo que actualmente estás consciente. Quizá la única paz y dicha en la vida yace en la búsqueda y el desarrollo de este potencial.
Este conocimiento debe significarle al hombre su mayor reto, la búsqueda de sí mismo, su propia odisea personal. Su búsqueda no está en competencia con la de nadie más; él se convierte en el propio reto personal.
Implica la continua conciencia de que eres único, distinto a cualquier otra persona en el mundo; que la vida es, o debería ser, un descubrimiento, un desarrollo y un acto de compartir tu singularidad. Sólo tú puedes ser el juez final en la determinación de lo que es correcto para ti. En la medida en que te conoces a ti mismo puedes conocer a los otros; cuando te ames a ti mismo amarás a otros. Y en la medida en que puedas amarte a ti mismo, precisamente en esa medida podrás amar a otros".
De todos modos, existe siempre el peligro de pasar del amor a sí mismo a la exageración de ese amor que se llama egoísmo. Hay que estar atentos, para no caer en ninguno de los dos extremos.
